CRISÁLIDAS

I

Nada.
No eres nada sin él.
Lo fue grabando él mismo a fuego lento
a fuerza de costumbre
sobre tu voluntad
y tu memoria.

Y te arrastras despacio
tú,
una oruga sumisa y cabizbaja
que no sabe de flores
sino sólo de golpes y de miedo.

II

Murieron ya los días de esperanza,
los años
en los que cada noche confiabas
en que vendría el alba
a despertarte de esta pesadilla.

Pero el alba traía rosas moradas
para cubrir tu cuerpo
y deshojarlo
y clavar sus espinas en el alma.

III

¿Qué sabe nadie, hermana,
de esta amargura tuya?
No pusiste un pañuelo en la ventana
ni denunciaste el caso,
resignada al horror por compañero.

Oruga silenciosa
decidiste encerrarte en esta vaina
que te aleja del mundo sin proteger tu suerte.

Crisálida infeliz, envuelta en lirios
que te arropan y duelen
y que escuchan,
sólo ellos,
tu angustia.

IV

Me duele verte pálida,
atrapada por lazos invisibles
de vacío y terror
y de memoria.
Parece que te fueras a ir
desdibujando,
imperceptiblemente,
hasta volverte etérea e intangible.

Yo quiero verte viva,
quiero encontrar pasiones en tus ojos,
amor o furia, o rabia: da lo mismo.
Es mejor ser caballo desbocado
que prisión de silencio.

Yo quiero verte altiva,
decidida a emprender caminos nuevos.
Abre el arcón secreto
donde guardas tu traje de ti misma.
Lúcelo con orgullo,
recuerda de qué fibras está hecho
y maravilla al mundo.

Y cuando como el Fénix
surjas de las cenizas y te eleves
poderosa y capaz,
de nuevo tú,
entera tú, completa,
sonreiré
y admiraré tu vuelo
susurrando: “Recuerda,
no estás sola”.

V

Levántate.
Despierta de este sueño que te ahoga
sin que tú te des cuenta.
Presta oídos
a esa llamada sorda que hace tiempo
dejaste de escuchar,
la voz que se abre paso entre tus miedos
y viene a recordarte
lo que eres.

Levántate, mujer.
Atrévete a mirarte cara a cara.
Descúbrete. Descubre
quién eres y qué quieres.

Y vete desnudando.
Ve quitándote ropas que te asfixian,
que han ido disfrazándote
despacio
a lo largo de horas
y de siglos
hasta hacerte olvidar tu propia imagen.

Y desnuda,
tú misma, tú sin límites,
sal a la calle y anda
y mira y habla y piensa y ve llenando
los espacios de ti.

Ya nunca más crisálida
encerrada en la vaina de ti misma
que entretejieron otros.
Sé mariposa y abre
de par en par la magia de tus alas
que encierran mil matices,
mil reflejos insólitos
(son, todos ellos, tú).

Y vuela.
Vuela lejos
y atrévete a explorar jardines nuevos.

© Luisa Mª García Velasco

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